QUE SEPTIEMBRE NO NOS QUITE LA ILUSIÓN JAMÁS


            Se acabó lo que se daba. Ya está. Leer libros hasta las cuatro de la madrugada, salir a correr de la mano del amanecer y desayunar con tranquilidad mientras se escucha el cantar de los pájaros por la ventana, esa por la que entra una brisa que huele a casa, que huele a verano. Se acabaron los helados de abuela por las tardes, los paseos con mamá a la luz de la luna, las conversaciones nocturnas y los cereales con leche para cenar. Es hora de despedirse de los atardeceres en la playa, de los bailes improvisados en la cocina de un apartamento cualquiera en Levante y de los hits del verano que dentro de unos años nos harán sentir nostalgia por lo que vivimos y no viviremos más. Por lo que soñamos y se cumplió. Por lo que fuimos y no volveremos a ser. Por lo que somos ahora gracias a todo eso. También es el momento de decirle adiós al norte, a los niños que hicieron que cambiara completamente mi forma de ver la vida, al amor que no pudo ser, y a la orquesta del pueblo y su gente pidiendo a gritos una canción más a las siete de la mañana. Sólo una más. La última. 
            Es la hora. Los días ya son más cortos, las noches más largas. Es hora de cambiar la taza de té verde de por las mañanas por el café con apuntes de por las noches. Es hora de irse. Ya no queda tiempo para duchas largas los domingos, ni para acabar series a un ritmo que es de otro planeta, ni para escuchar música tumbada en la cama, mirando al techo, sin hacer absolutamente nada. Se acabó lo que se daba. Se acabó el hacer y deshacer maletas, el ir y venir, el tener la habitación horrible y maravillosamente desordenada y no sentir ni la más mínima pizca de remordimiento por ello. Ya no habrá más caminos de madera por los que pasear, ni arena fría que pisar descalza bajo el cielo estrellado, ni más lágrimas de San Lorenzo que ver tumbada boca arriba en el último trozo de tierra que roza el mar, ni más Perseidas a las que pedirles deseos; a las que pedirles que ese momento no se acabe nunca.  
            Es bonito pararse a reflexionar sobre el verano. Los diccionarios lo definen como la estación que sucede a la primavera y que precede al otoño, la más calurosa del año y aquella que comienza en el solsticio de verano y se extingue en el equinoccio de otoño. Qué definición tan triste y tan poco justa. El verano es lo que cada uno quiere que sea. Cada verano que se va me parece el mejor verano de mi vida. Y es que es cierto. Este ha sido el mejor verano de mi vida. 
            Pero es el momento. Es justo el momento en el que tengo que recordarme a mí misma de que el otoño es mi estación favorita, que en invierno no hace este calor tan sumamente insoportable y que en primavera se llena la vida de flores. Que tengo la certeza de que seguiremos bailando en una cocina como si nadie nos estuviese mirando, que me da igual si es en Madrid o en Levante. Que los paseos por la playa son increíbles, pero que Madrid está a la altura de cualquier lugar. Vaya si lo está. Que las estrellas no migran a un sitio más cálido, que ellas aguantan el frío como nadie para que podamos seguir mirándolas y seguir pidiendo deseos cada vez que deciden fugar. Que por mi ventana se ve amanecer y que así madrugar es mucho más bonito. Que puedo seguir disfrutando de los atardeceres, que son iguales de increíbles entre folios y personas a las que quiero. Que sí, que me gusta más el té que el café, y me gusta más perderme entre las nubes que entre apuntes de literatura, pero que siempre hay risas entre página y página que hacen que todo merezca la pena. Y que siempre puedo quedarme despierta a disfrutar de un libro, que no importa si al día siguiente me muero de sueño. 
            Verano, has sido un sueño bien cierto. Pero una vez leí que crecer es aprender a despedirse. Y yo he crecido contigo, mucho. Por eso es hora de decirte adiós. No te preocupes, no te voy a olvidar; es imposible olvidar aquello que una vez te hizo feliz. Se acabó lo que se daba. Ya está. Que lo mejor no ha acabado, ni tampoco está por llegar porque está pasando; pero tengo la suerte de saber que lo que viene será igual de mágico de lo que tú has sido. Y como dice Dani Martín: «que Septiembre no nos quite la ilusión jamás». 

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