EN ESE MISMO INSTANTE ME DI CUENTA


En ese mismo instante me di cuenta: no podía dejarlo escapar. El crepúsculo bailaba en el cielo al ritmo del canto de los pájaros que volvían a casa tras un largo día de arduo vuelo. Los últimos rayos de sol daban a la noche un ambiente tenue y fugaz, como si mi madre desde arriba quisiera recordarme cuán efímera es la vida y qué frágil el amor si no lo cuidamos. Bajé lo más rápido que pude las escaleras del palacio, pisando con firmeza la alfombra con adornos dorados por la que acababa de salir Aarón con la mirada llena de desdén y decepción. El corazón me latía muy deprisa; pensaba que no lograría alcanzarlo. Por fin llegué a la gran puerta del que había sido mi hogar durante mis veintitrés años de vida, el lugar en el que me había sentido niña y hecho una mujer demasiado pronto cuando mamá nos dejó. Aún no puedo creer que papá lo haya rechazado porque no es como nosotros, ni que le haya hablado de esa forma tan vehemente y cruel, no se lo merecía; lo quiero y eso es lo único que debería importarle.  ¿Por qué no entiende que puede haber diversidad en el amor? ¿Por qué no quiere conferirle el trono?

            Al salir del palacio miré hacia ambos lados del camino e intenté vislumbrar a mi amado, cegada por el ocaso. Allí estaba, galopando veloz en su precioso caballo blanco, su único y más preciado tesoro. Mientras se alejaba recordé los días tan increíbles que habíamos pasado juntos y me di cuenta de cuánto deseaba cabalgar en ese caballo el resto de mi vida, abrazada a él, apreciando su olor y escuchando a su corazón latir al compás del mío. No podía dejar de pensar en las noches en las que, a hurtadillas, nos habíamos escabullido de mi padre y habíamos hecho de la oscuridad nuestro hogar, como dos licnobios besándose felices a la luz de la luna.

Sentí escalofríos por todo el cuerpo, cerré los ojos, respiré hondo y traté de detener a Aarón: grité con todas mis fuerzas hasta dejarme el alma, corrí hasta que las piernas me fallaron y caí al suelo, manchándome el vestido blanco de barro en los charcos que habían dejado los chubascos de la mañana. Y de repente, cuando lo daba todo por perdido, escuché el galope que se acercaba; fueron los minutos más largos de mi vida. Cuando llegó, Aarón se arrodilló ante mí, sacó una cajita de su bolsillo derecho y me pidió pasar juntos el resto de nuestras vidas. ̶ No me importa lo que piense tu padre ̶ dijo ̶ es a ti a quien amo ̶.  Pensé que volvía para no marcharse sin su inconfundible actitud redentora, así que su petición me llenó de alegría, nunca hubiera apostado por semejante serendipia. Lo abracé como nunca he abrazado a nadie, sin temor, con pasión y con ilusión por nuestro etéreo y maravilloso futuro. Podíamos ser felices: todo podía cambiar otra vez. 

Escribí este texto para mi clase de Lengua española de la universidad el curso pasado. Teníamos varias pautas: debíamos empezarlo y acabarlo con unas oraciones dadas, así como utilizar obligatoriamente diez palabras (arduo, amor, desdén, vehemente, diversidad, conferir, licnobio, serendipia, redentor y etéreo). Las elegimos entre todos, pues la profesora preguntó a diez personas al azar que dijesen una palabra que les gustase. Me encantó escribirlo y me parecía perfecto para empezar. 
Mucho amor, 
Paloma. 
 

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